J. Israel Martínez Macedo
En los distintos procesos electorales mundiales hay una constante que llamó la atención con mayor fuerza en Gran Bretaña tras los resultados del Bréxit pero que quedó como la llamarada de un incendio que nunca ocurrió: en los procesos electorales los jóvenes son los que votan menos y los adultos mayores los que votan más, dicho de otro modo el futuro lo deciden las personas de mayor edad.
Atribuible a distintos factores como el desencanto respecto a la política, la pérdida de credibilidad en las instituciones y en los políticos, un mayor sentimiento de autosuficiencia, o simplemente una desidia generacional superior a la de otros grupos etarios, el hecho es el mismo: los jóvenes no votan.
En el caso particular de México los procesos electorales anteriores arrojan resultados bastante tristes respecto al tema: solo 50 por ciento de los jóvenes vota en las elecciones para Presidente de la República y apenas 30 por ciento lo hace en intermedias (gobernadores, diputados locales y federales o presidencias municipales).
La pregunta del millón es ¿por qué los jóvenes no participan? ¿Es un asunto intrínseco de ellos, de su generación, o es una carencia de los institutos políticos que al ver su baja participación o su alto nivel de crítica prefieren presentar ofertas a otros segmentos más participativos y, por lo mismo, con mayor seguridad de participación el día de la votación?
¿Es real que los jóvenes no quieren participar o es que no ven oportunidades de participación dentro de los partidos políticos? Quizás lo segundo sea más certero que lo primero, si revisamos las listas de candidatos de los presentes procesos electorales encontraremos nombres reciclados y actores anquilosados que simple y llanamente, en su afán personal de no renunciar a su modus vivendi, pasan por encima de las oportunidades de los jóvenes de proyectarse en la política local.
Viejos actores que ya realizaron el viaje de regidoras y presidencias municipales a diputaciones federales y senadurías y vuelven de regreso a los escenarios locales porque en su trayectoria ya no hay nada más arriba y no les queda más que regresar a “robar” la oportunidad de quienes intentan iniciar en esa carrera.
Los políticos que se aferran a jugar a mantenerse en una presidencia municipal, una diputación y luego volver a ir y regresar no son grandes políticos, sino todo lo contrario, son personajes que no encontraron la manera de crecer y ahora solo les queda resignarse a dar marcha atrás en su desarrollo profesional porque no pudieron hacerlo mejor afectando con ello el surgimiento de nuevos cuadros y mermando el interés de los jóvenes en los temas políticos y sociales en el camino.
Lo realmente triste, lo duramente lamentable, lo verdaderamente preocupante no es que los políticos viejos no tengan la madurez de un retiro digno sino que el anquilosamiento de la toma de decisiones impacta en el retraso social porque el futuro queda en manos de los viejos, de los que quieren el regreso de tiempos pasados no porque hayan sido mejores sino porque es lo que conocen, lo que añoran.
La única forma de romper el modelo es que los jóvenes tomen las riendas de su destino, se involucren en la toma de decisiones sobre lo que será futuro y exijan respuestas puntuales y precisas a sus necesidades; lo complicado ahora es hacer que una generación entera, que ha crecido en codependencia de sus padres y acostumbrada a la comodidad de que sean otros quienes decidan por ellos, sea quien asuma el rol protagónico, abandone su zona de confort y deje los discursos del cambio para asumir las acciones del cambio… en ello les va su propio futuro.