13 de octubre de 2017
El precio de un bien se determina por dos factores: por los productores que lo venden y por los consumidores que lo compran. Este principio bien podría llamarse una ley, ya que es una constante para todos los bienes que la gente puede intercambiar con libertad en una economía. El dinero, en nuestro caso el peso mexicano, no es la excepción, y está sujeto a dicha ley.
A veces cuesta trabajo pensar en el dinero como un bien que se compra y se vende en un mercado pero si lo comparamos con otros bienes que en su momento fueron usados como medio de pago deja de parecer inusual. El oro es un gran ejemplo: en su momento fue usado como un medio de pago (como dinero) y al mismo tiempo como un bien de consumo (como joyería).
Hasta aquí la analogía va bien, con un pequeño detalle. El oro se comerciaba como un bien porque tenía otro uso (joyería), entonces si el peso mexicano se comercia como un bien, ¿cuál es ese otro uso que tiene además de ser dinero? Pues resulta ser el de un activo financiero y, para muchos inversionistas en todo el mundo, comprar pesos mexicanos resulta una estrategia para ahorrar y crecer su patrimonio pero a diferencia de lo que quieran hacer creer algunos políticos “de oposición”, el peso mexicano es la moneda favorita de los mercados internacionales para invertir en América Latina, más que el real brasileño y mucho más que el peso argentino.
Hay muchas razones por las que resulta tan atractivo invertir en pesos mexicanos: la solidez financiera del gobierno federal, la penetración del sistema financiero, entre otras pero de eso platicamos otro día, el tema de hoy es por qué fluctúa tanto el peso mexicano, y si, como dice Andrea Legarreta, es verdad que “eso no nos afecta”.
Así es como llegamos a la conclusión de que el precio del peso mexicano depende de los inversionistas que lo compran y venden en el mercado de divisas. Cuando los inversionistas tienen confianza en México compran pesos mexicanos y en estos tiempos se podría decir que el peso se pone de moda.
Y si alguna vez intentaste comprar un artículo de moda, haya sido un videojuego, un iPhone o un Furby, probablemente sabrás que los vendedores aprovechan y el precio sube, o en el caso del peso mexicano, se aprecia. Asimismo, cuando los mercados pierden confianza en México los inversionistas empiezan a deshacerse de sus pesos mexicanos y, si no encuentran compradores comienzan a ofrecerlos a un menor precio hasta encontrar a un comprador, o sea, el peso se deprecia.
Y ya por fin, estamos en condiciones de responder la pregunta, ¿por qué sube y baja tanto y tan rápido el peso mexicano? La respuesta, como seguramente ya adivinaste, es que depende del ánimo con el que los inversionistas ven el futuro económico de México. Cuando el futuro es incierto, los inversionistas perciben al peso como un activo riesgoso, y comienzan a deshacerse de él.
Ahora la pregunta entonces es: ¿qué pone nerviosos a los inversionistas? La respuesta en la última semana es anaranjada y tabasqueña: el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con su amenaza de acabar con el tratado de libre comercio, así como el aumento en las posibilidades de tener a AMLO como Presidente derivado del caos que se vivió en el PAN a principios de semana.
Por último, sobre si esto debe preocuparnos o no, yo diría que sí, pero no tanto: Sí debe preocuparnos por la señal que la depreciación del peso manda sobre el futuro del país de que está en riesgo. Si los mercados ven en AMLO un riesgo para la estabilidad financiera de México, valdría la pena preguntarnos por qué será.
Sin embargo, al menos que usted tenga una deuda en dólares muy grande, las fluctuaciones en el tipo de cambio son pasajeras y difíciles de estimar, así que la mayor preocupación que deberíamos de tener al respecto es su impacto en la inflación, la cual ha sido mayor a la habitual, pero para nada alarmante. Es mucho más importante preocuparnos por revisar bien los planes económicos de las personas que aspiran a la Presidencia de México y si en verdad nos preocupa la estabilidad económica, elegir el proyecto más sólido y creíble en materia económica.