Mucho se ha hablado y escrito sobre la derrota del PRI en las pasadas elecciones presidenciales, principalmente los análisis coinciden en dos puntos: la obsesión de la cúpula tricolor por no soltar los lugares en el partido y, por tanto, impedir el crecimiento de los cuadros que vienen detrás; por otra parte, la terquedad en hacer del autoengaño una forma de vida y (peor aún) la base de la toma de decisiones y políticas públicas.
En el pasado informe de gobierno del Estado de México se pudieron verificar ambas; con solo dar una repasada a la lista de invitados en primera y segunda fila era más que evidente que una renovación de los cuadros y del partido no está en la mira de los tricolores, por el contrario y lejano a ello, todo pareció un cierre de filas en torno al tlatoani en turno.
Para los habitantes de este estado se había vuelto muy común observar esta situación; no obstante con la llegada de un nuevo mandatario arribaba también un nuevo grupo que relevaba en funciones al anterior, ocupando los espacios que le correspondían a la nueva generación, eso sí, cuidando que los salientes estuvieran arropados con contratos y alguna que otra dádiva menor para sus hijos o familiares quienes, en algún momento, repetirían el proceso.
El problema vino cuando los grupos ya no abrieron espacio a la renovación y cerraron la puerta a las nuevas generaciones, se anquilosaron en el poder, se enfermaron de él y se obsesionaron con él. Aquella máxima de César Garizurieta “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error” se convirtió en un dogma para el grupo que de Montiel a Peña a Eruviel y ahora a Del Mazo se resiste a “vivir en el error”.
Los mismos de siempre se han dedicado a estancar las aguas de un viejo río que, por lo mismo, se pudren cada día que pasa sin que se vea forma de que este estancamiento se rompa para sanear lo que en otro tiempo fuera un sistema de riego que “mojaba y salpicaba”.
Más grave aún es el segundo caso, el del autoengaño, no conformes con haber estancado las aguas generando su putrefacción, viven y creen (honestamente lo creen) que todo está bien, que es la gente quien no entiende que todo está bien, quien no ve todas las bondades que ellos han generado y que solo son malagradecidos por esa falta de reconocimiento a las grandes oportunidades que ellos como políticos les han generado.
Basta sentarse a platicar con algunos para darse cuenta de que hay convicción en sus palabras cuando justifican sus acciones en el argumento de que la gente no los entiende, de que para ellos es completamente cierto que todo está mejor y que la gente no entiende que ya estaban a punto de salir de la pobreza pero que ellos han decidido dar marcha atrás a toda esa bonanza.
Así, después del resultado de la elección del 1 de julio de pasado, la frase más común entre quienes sí alcanzan a ver y reconocen lo que ocurrió (normalmente círculos apenas por debajo de estos) es que “lo peor es que no entienden que no entienden”, es decir que ni siquiera hay consciencia de su inconsciencia.
El problema es que desde esa perspectiva continúan tomando decisiones equivocadas de la realidad circundante; ahí está Del Mazo, igual que Eruviel y Peña antes que él, creyendo que las cuentas compradas para engañar a la gente intentando posicionar sus logros falsamente en las redes sociales son verdaderas y que el pueblo está agradecido con su mandatario.
Envuelto en el engaño de su propio mundo, lejos de la realidad y cerca de los grupos a modo que se crean para cada evento, que se conforman con los mismos de siempre para aplaudir y agradecer lo que sea que se tenga que aplaudir y agradecer; lo más lejos posible de la incomodidad del reclamo o la crítica, la molesta crítica, que siempre será vista como enemiga.
Por eso, en el informe, en la comodidad de los suyos, encerrados entre las cuatro paredes que albergaron tiempos mejores, rodeados de los mismos de cada sexenio, se aglutinan como queriendo mostrar su fuerza pero dejando ver un músculo envejecido y falto de los nuevos bríos que impulsaban de manera natural una permanente transformación que ha sido aniquilada por un grupo que ni siquiera se ha dado cuenta que la ha aniquilado porque, definitivamente no quieren ver lo que es evidente a los ojos de todos.
J. Israel Martínez Macedo