La salida de la contienda presidencial por parte de Margarita Zavala le ha dado un giro interesante a la contienda que, no obstante, para esta fecha parece más que definida con un Andrés Manuel López Obrador que alcanza 20 puntos porcentuales de ventaja a su más cercano perseguidor (con esta ventaja poco importa quién vaya en segundo lugar).
La relevancia que tiene este ejercicio es que quizás sea la última oportunidad de Ricardo Anaya y de José Antonio Meade para intentar reducir la distancia que tienen con el puntero de manera considerable y suficiente para mantener viva la esperanza de reproducir un posible efecto favorable en el tercer debate.
Es cierto Meade y Anaya compiten en desventaja, López Obrador tiene preparando esta elección prácticamente desde la toma de protesta de Enrique Peña Nieto como Presidente de la República, sus seguidores lograron montar (intencional o coincidentemente, eso es irrelevante al resultado) una sólida campaña de desprestigio a los partidos que hoy los abanderan, el imaginario colectivo del “PRIAN” es lo que más les ha pesado.
Dadas las circunstancias podemos esperar un debate más agresivo por parte tanto de Anaya como de Meade mientras que Andrés Manuel deberá luchar contra sí mismo para no caer en las provocaciones y engancharse con algún tema porque esa es la única manera en la que el tabasqueño podría perder una importante cantidad de puntos, dejando ver su lado más intolerante.
Ese ha sido el punto débil que le ha costado las dos elecciones anteriores (2006 y 2012), es la falla que le han cuidado con esmero sus asesores y más cercanos colaboradores y es, también, la cualidad que menos le han podido explotar sus contendientes.
Andrés Manuel está a dos pasos de alcanzar su anhelado sueño de la Presidencia pero se enfrenta al más peligroso de sus rivales: él mismo. El de Macuspana ha conseguido casi invulnerabilidad respecto a los temas más escabrosos: no le ha afectado el sumar expriistas, expansivas y hasta candidatos sin preparación política, no le pega el conflicto con los empresarios ni tampoco la acusación respecto al apoyo ruso en su campaña.
En una contienda normal esos factores podrían haberle ocasionado impacto negativo en las preferencias electorales pero, contrario a ello, sus números no dejan de crecer y ya supera el 40 por ciento del favor de los electores en prácticamente todas las encuestas; “eso no lo tiene ni Obama”.
Ahora enfrenta una nueva embestida que se relaciona con el tema de su salud y si a partir de esto no tendrá problemas en caso de llegar a la Presidencia de la República, un asunto que ha perseguido a todos los presidentes de este siglo (a Fox se le cuestionó si tomaba Prozac [su expediente médico sigue reservado], a Calderón se le cuestionó el tema del alcoholismo [un asunto que aún lo persigue] y a Peña se le intervino quirúrgicamente en dos ocasiones, la primera para extirparle la tiroides y la segunda la vesícula).
Quizás ese será el tema central del debate y podría ser el punto de quiebre de Andrés Manuel, si el tabasqueño logra controlar su instinto de pelea el tiempo suficiente, como lo hizo en el primer debate en el que casi cae en la provocación pero el tiempo jugó a su favor, podría estar pensando ya en que la tendencia sería pero si de nueva cuenta vemos al Andrés Manuel incongruente, intolerante, dictatorial, podría estarle dando vida a sus rivales, el reto no es pequeño pero tampoco insuperable.
J. Israel Martínez Macedo